El Arte de Vivir 36 (Novela)
Llegado el día fijado para mi partida, me despedí de todos mis compañeros y algunos de ellos me dieron como símbolo de su amistad y fraternidad un pequeño regalo que era simbólico, una de las reglas que se tenían en el monasterio es que nadie podía retirar cosas de ahí porque todas ellas estaban vibradas con la energía de Shamballa, y eso simplemente no podía retirarse por tener ciertas consecuencias, tanto con las personas que no tienen contacto, como con las que salen a misiones especiales, como yo.
La regla decía que el aspirante que se retira a una misión debe irse como llegó, como uno más de los habitantes de la Tierra que permanecen inconscientes de su origen y destino espiritual. Así pues, los regalos consistían de algunas flores que yo podía poner entre mis libros (los que llevé el día que me entregué al monasterio) o bien, algunas pequeñas piedras del piso del monasterio, que sin ser significativas, representaban la fuerza que podía en algún momento impulsarme a desarrollar mi trabajo de manera eficiente para regresar cuanto antes.
Los que me llevaron de regreso fueron aquellos dos hermanos que años atrás me habían traído para entrar: Pedro y Martín. Ellos seguían desarrollando su misión de manera diligente y durante todo el recorrido nunca me hicieron preguntas acerca de la naturaleza de mi misión, ni sobre las actividades que normalmente desempeñaba en el monasterio. Ellos eran demasiado discretos y no preguntaban cosas que sabían no les incumbía. Eran hermanos muy elevados en su trabajo y humildes en su interno. Realmente era un privilegio tener contacto con tan elevados seres y trabajar junto con ellos.
Me llevaron hasta el cercano pueblo de Dolores Hidalgo donde alguna vez se había iniciado el movimiento de independencia de México, y desde ahí tomaría el tren que me llevaría, después de algunas paradas comerciales, hasta el norte de México, a la ciudad de Monterrey donde tendrían inicio mis actividades dentro de la misión.
Tomé el tren sin mayores problemas y observé que durante mi ausencia México había cambiado algo, sus habitantes eran ahora más conscientes de su problemática política y social, eran hombres y mujeres que conocían sus derechos y se preocupaban por la vida política y social de su país.
El tren tenía una parada en la ciudad de San Luis Potosí donde un hermano me estaría esperando y con quien yo debía reunirme para que me extendiera una serie de cartas de recomendación que yo llevaría para presentarme ante un hermano médico de Monterrey y con el que yo trabajaría. El hermano que me recibió se llamaba Mario y me invitó a pasar unos días en su casa para que pudiera informarme a detalle de los acontecimientos recientes que tendría que conocer a fin de que no fuera a cometer una imprudencia.
Este hermano Mario era de una familia acomodada y era soltero, vivía en una hacienda muy grande y sus padres eran comerciantes influyentes de minerales que tenían contacto con las mayores organizaciones comerciales de Europa y de Estados Unidos. Mario era el responsable de muchos de esos contactos y por esa razón había sido fácil para él conseguir las cartas de recomendación que algún enviado de Papa Mayo le había pedido. Él no conocía los detalles de mi misión, ni tampoco sabía que yo venía proveniente de Shamballa, pero sabía que yo era una persona importante del mundo espiritual y que por alguna razón necesitaba su apoyo para establecerme en Monterrey y él con todo gusto había accedido a ayudar.
Mario resultó ser todo un preguntón que quería saber todo acerca del mundo espiritual, pertenecía a la escuela espiritista de Alan Kardec que ya se había extendido por todo México de manera impresionante y tenía especiales dotes para mediumnidad que le tenían intrigado y quería saber si ese era un camino seguro y si yo se lo recomendaba.
Junto a él y su familia pasé tres días enterándome de los acontecimientos más recientes y de hechos y detalles que me servirían en mi viaje. De hecho, Mario se ofreció a acompañarme hasta Monterrey, ciudad que él conocía muy bien y en la que me ayudaría a establecerme en alguna casa de huéspedes mientras tenía algo más permanente.
Así partí para Monterrey, una ciudad llamada a ser de las más importantes en el futuro de México por su poderío comercial y político.
Monterrey resultó ser una ciudad con un gran espíritu de trabajo, su medio ambiente inhóspito había impreso a sus pobladores de una capacidad de trabajo y organización que fácilmente se observaba entre la gente que ahí vivía. En todos sus barrios se notaba un deseo inmenso de hacer cosas, mejorarlas, destacar y vivir mejor. Se podría decir que su alejamiento del centro del país le habían impreso características diferentes, sin tener un rostro totalmente ajeno, era como si sus habitantes supieran que todo lo tenían que hacer ellos mismos sin esperar un apoyo de un gobierno central que estaba muy lejos y enfrascado en muchos problemas como para que se fijara en los que ellos tenían.
Mario me llevó a conocer los lugares más importantes de la ciudad y me enseñó lo que era la escuela superior, un lugar al que yo podría acercarme para pedir empleo; el hospital, otro lugar al que yo podía asistir; me llevó a conocer la plaza central que sin lugar a dudas era un punto importante por el hecho de que se encontraba cerca del palacio de gobierno; y por último me llevó a la catedral que se encontraba muy cerca del palacio y en donde yo debía entrevistarme con el personaje que dirigía la educación del estado.
Después de que hube encontrado un lugar para establecerme, que por cierto se localizaba cerca del centro y muy cerca del río Santa Catarina, Mario se despidió deseándome buena suerte y le prometí que lo visitaría en la primera oportunidad.
Mi primera idea era poder acercarme a las personas que tenían alguna influencia sobre la política del estado y poder enterarme de la problemática que se vivía, pero directamente de los protagonistas. Hasta donde yo sabía, el descontento con el gobierno se debía a que el estado era continuamente olvidado en los repartos de los dineros, y el gobernador no era muy bien visto en el centro del país por ser una persona bastante recia de carácter que no pedía, sino más bien exigía que se le hiciera caso. Por otra parte, había en Saltillo, ciudad vecina y de gran importancia en el norte, otras voces que se levantaban con los mismas aspiraciones que en Monterrey, y siendo Saltillo perteneciente a otro estado, la amenaza se tornaba algo más real.
Decidí visitar primero al médico que podría ayudarme a entrar a trabajar, él resultó ser una persona bastante centrada, de una clara inteligencia y muy práctica, su cultura le permitía hablar incluso en mi lengua natal. Me hizo muchas preguntas y sobre todo le sorprendió que yo hablara tan buen español aún cuando le dije que lo había aprendido en el sur de México. Quiso saber a lo que me había dedicado durante todo ese tiempo y por qué él no se había enterado de la labor que yo había hecho siendo como era un médico, dado que no había muchos que se hubieran preparado en Europa. Sin embargo no sospechó del tiempo perdido en la cárcel, ni de los años que pasé trabajando en el monasterio.
Rápidamente me ofreció trabajo en el hospital a fin de que pudiera ayudarlo a resolver una crisis que estaba teniendo con una epidemia de tosferina que se estaba extendiendo. La epidemia estaba atacando principalmente a los niños y había que atenderlos pronto, él estaba también teniendo pláticas con el representante del gobierno en el área de la salud para implementar una serie de medidas tendientes a alertar a la población y a darles la información que por lo menos permitiera a las familias hacer algunas prácticas que les ayudara a prevenir la enfermedad. Yo me ofrecí como voluntario para ayudar en ese programa, de esta manera podría acercarme al gobierno sin presentar sospechas.
Trabajé por espacio de dos meses en brigadas que se hacían a las rancherías de los alrededores y a los barrios más pobres de la ciudad y del estado, y eso me permitió elaborar un programa de prevención para enfermedades que pensé me serviría para poder llegar al gobierno con una propuesta interesante para ser escuchado y ganarme algo de atención de parte del gobernador.
La propuesta que les hice era la de construir una serie de pequeños centros de salud donde pudieran estar permanentemente, al menos unas dos enfermeras y algún médico o estudiante de medicina que nos pudiera prestar algún tipo de servicio social y que esto le permitiera a él ganar experiencia y reconocimiento, y a la población poder ser atendida, y además servir de monitoreo cuando de pronto surgiera un brote de tipo epidémico. De esta manera podíamos atacar el problema antes de que se extendiera por toda la población.
Dado que para entonces yo era también maestro de la escuela de medicina, no se me hizo difícil proponer esta idea ante el grupo de doctores quienes al momento dieron buena acogida a la idea. Para esto bastó afirmar que esa era la forma como en Inglaterra se había llevado mucho bien a la población, para que nadie discutiera sobre la eficacia de la propuesta.
Pasó el tiempo y estuve trabajando con la idea hasta llegar a fundar alrededor de diez centros de salud en el estado, y ya para entonces tenía acceso a los hombres más importantes del gobierno.
Alonso

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