El Arte de Vivir 37 (Novela)
Me había dado cuenta de que las intenciones eran más que nada llamar la atención del centro del país, realmente no había un deseo sincero de una separación. El problema residía en que yo tenía informes de que había gente que sí era de ideas radicales y que buscaba cualquier oportunidad para levantar al norte contra el centro y provocar una ruptura en donde esa gente podría salir ganando al buscar una alianza con algún pueblo vecino o del viejo continente, y poder tener una posición ventajosa para cuando todo hubiera terminado en una separación.
La riqueza del norte no era de gran importancia en esa época, México tenía petróleo, algo que se consideraba valioso para la época, pero las minas de Zacatecas hacían pensar que en buena parte del territorio norte debía haber yacimientos valiosos y eso llamaban la atención de los países lejanos y cercanos. En otras palabras, la riqueza de la región era más bien potencial que real. Pero eso era suficiente para los ambiciosos.
Poco a poco fui ganando renombre como una persona de alta educación y de grandes iniciativas. Mi forma de practicar la medicina resultó de gran interés para el cuerpo médico y organicé algunos cursos para médicos profesionistas que me dieron a conocer entre la comunidad de galenos.
Empecé a ser invitado en los círculos exclusivos de la sociedad regiomontana y tuve acceso al gobernador, que con mucho respeto y recelo se me acercaba en ocasiones. Era una persona bastante reservada y difícilmente podía hablar con él con la suficiente confianza. Yo decidí esperar un poco para acercarme todo lo que necesitaba y poder empezar a preguntar sin levantar sospechas.
Las mañanas en Monterrey eran de gran actividad, la ciudad se levantaba temprano y sus habitantes eran como hormiguitas que empezaban sus labores antes de que el sol hiciera su aparición en el horizonte. No había muchas actividades de diversión, lo que obligaba a las personas a convertir su vida en algo bastante sencillo: trabajo y dedicación. Los domingos era común observar en la gran plaza central y en diversas plazas de la ciudad a una serie de indígenas que venían de lugares tan lejanos como Saltillo a vender sus labores y sus artesanías, a la gente le gustaba eso que se convertía en un paseo para sus familias.
Yo acostumbraba salir y meditar en mis ratos de ocio y me preguntaba si sería conveniente escribir a mi familia y contarle de mis actuales ocupaciones. Dado que no sabía si pasaría mucho tiempo en esta misión, no me atrevía a confesar mis actividades, puesto que no sabía cuanto tiempo me iba a dedicar a ellas. Pensaba en mi dulce Bernardette y pensaba qué sería de ella, ¿Estaría todavía viviendo con el brujo, o también su misión ya habría cambiado y estaría involucrada en otro trabajo?
Una tarde, mientras yo paseaba por las orillas de un pequeño lago que se abría al sur de la ciudad, tuve una visión como las que en el pasado tenía cuando meditaba a la orilla del mar en compañía de Philippe. Vi a Bernardette, vestida como indígena y llevando un gran cazo de agua aromática, estaba subiendo por una gran pirámide y sus ojos cerrados permitían que su mente se transportara hasta donde su corazón la llevaba, supe que estaba pensando en mí. Lo supe porque en la visión capté como si ella se hubiera dado cuenta de que yo la estaba mirando, creí percibir una bendición y una promesa de que muy pronto ella estaría conmigo, pero eso era poco menos que imposible desde mi punto de vista. La imagen había sido tan real que me conmovió, su piel blanca que contrastaba con su atuendo de vivos rojos, y su cabello profundamente negro, dieron a la visión una impresión bastante real.
Pasó el tiempo mientras yo intentaba ganarme la confianza del gobernador. Ya me era más fácil acercarme a él y un buen día, mientras me encontraba en las oficinas del responsable de la salud en el estado, el gobernador nos llamó a ambos a su despacho, su semblante era bastante grave y se podía adivinar que una cierta crisis se había presentado.
Él nos comunicó que había tenido un alejamiento con el general Díaz, quien le había dicho que puesto que su mandato estaba por terminar, y todo el mundo reconocía que él era una persona capaz, el general había pensado que él podría ser un buen sucesor para la silla presidencial. Como eso no podía ser, el gobernador tuvo que declinar su oferta, pues su vida hasta ahora había sido demasiado agitada y en verdad él tenía planes de retirarse de la política e irse a vivir muy alejado de todas esas perturbadoras actividades.
Nosotros sabíamos que la verdad era que nuestro gobernador se había encariñado con una joven muchacha que le había despertado nuevamente su espíritu joven dentro de un cuerpo ya maduro, y sólo estaba esperando el término del mandato para poder retirarse y vivir una vida tranquila.
Pero lo más importante que nos comentó era que este distanciamiento con el general Díaz le iba a causar al estado muchos problemas. Nos comentó por primera vez que voces dentro del gobierno estaban pugnando por buscar una separación de la federación y que ahora era una oportunidad de oro que no se podía desaprovechar. La preocupación del gobernador nacía de que él no buscaba eso, su decisión tenía que ver más con su vida privada que con sus ideales políticos, aunque nadie lo iba a interpretar así. Nos alertaba de que estuviéramos muy atentos pues podría empezar a haber problemas.
Yo vi la oportunidad de hablar y le hice un comentario.
-Sr. Gobernador, con el debido respeto, quisiera apuntar la inconveniencia de buscar una separación con el resto de México, pues estando tan cerca de los Estados Unidos cuyas ambiciones de expansión son tan evidentes, y teniendo deudas tan grandes como país, no nos conviene intentar algo así pues nos podrían tomar como parte de un botín. Estos países son más poderosos que México y sería una excusa perfecta para venir y tomarnos como tierra de nadie.
-Mi muy estimado Doctor -me contestó- eso es lo que quieren los traidores que desean separarse, quieren buscar una alianza con alguno de esos países para convertirse ellos mismos después en los gobernadores de estas tierras y empezar así una nueva historia donde ellos sean los que rijan en toda esta región.
-¿Y usted qué piensa, Sr. gobernador?
-Yo creo que la historia de México es una historia de gloria y sacrificio, no deseo que se fragmente más de lo que ya ha sido fragmentada, México debe crecer tal como es, como un puente entre las dos Américas, entre dos mundos, una nación que haga de la historia algo digno por lo qué luchar.
Esa fue mi plática con el gobernador, ahí entendí que era un ser con pensamientos claros y nobles que por las circunstancias de su vida estaba renunciando a intervenir directamente en algo que lo podría haber llevado a tener un papel más relevante en la historia de México, pero que por ahora tan sólo estaba dispuesto a no dejar que las cosas se desbordaran al menos en su mandato.
Mi amigo, el ministro de salud, al parecer ya estaba al tanto de lo que nos había explicado el gobernador y tan sólo se encogió de hombros; cuando me quedé platicando con él supe que él tampoco estaba de acuerdo con esas ideas pero que no sentía que pudiera hacer algo. Según me reveló, era gente del ejército quienes tenían la intención de separarse del país, y al parecer era gente muy terca y ambiciosa que tenían un plan montado, y sólo estaban esperando la mejor oportunidad para iniciar una serie de problemas que distanciaran más al gobierno del estado del de la federación, siendo como estaba cada vez más debilitado el presidente.
Con esta información realmente se veía que yo no podía hacer algo importante, mi influencia con los integrantes del ejército estaba lejos de ser cercana y no veía a alguien con la intención ni con la fuerza de poder hacer algo al respecto. Quedaba la denuncia anónima, que era uno de los métodos más comunes para denunciar las traiciones, pero si no funcionaba despertaría todas las sospechas sobre mí por ser el recién llegado a los círculos políticos. Por otra parte, ser extranjero me daba mucha desventaja, pues sería el primer señalado en medio de una intriga.
Alonso

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