El Arte de Vivir 38 (Novela)
La situación se volvía bastante complicada y a la vez urgente, pues como me enteré después, había ya planes específicos para buscar una revuelta de indígenas en contra de algún destacamento del ejército. Esto únicamente para iniciar una excusa para la violencia, y ya en medio de ella, empezar a pedir refuerzos del centro del país con más elementos del ejército, sólo para poder reunir más fuerzas y tener los suficientes hombres y pertrechos para enfrentar a la federación. ¡Había que actuar rápido!
La situación se tornaba más complicada y además apremiante. Las primeras revueltas indígenas empezaron a hacer su aparición con la excusa de que no les permitían vender sus artesanías en la plaza, ellos eran gente humilde que estaban muy lejos de ser conflictivos, eran gente sencilla que el ejército manejó como si hubieran sido insurgentes revoltosos. Hasta el gobierno de México llegó la noticia de que una vez más en el norte se estaba preparando un ejército de campesinos comandados por generales entrenados en otras latitudes.
Yo pensaba que mi misión estaba a punto de fracasar pues no veía la manera de poder intervenir, y cuando estaba profundamente metido en estas cavilaciones, un grupo de ocho soldados llegó hasta mi consultorio con gran ruido y escándalo solicitándome que me presentara en el cuartel general para atender a unos heridos que se habían aprehendido durante una revuelta que recién había ocurrido. Sin darme tiempo a pensar mucho, tomé mi maletín y algunas medicinas y me condujeron a toda prisa al cuartel.
Uno de los capitanes me dijo que me apresurara a atender a los heridos y que después hablaríamos. Así lo hice, y al atenderlos me di cuenta que los campesinos eran familias que nada tenían que ver con intereses revolucionarios, eran familias de comerciantes que sólo habían llegado como todos los domingos a la plaza a vender sus mercancías, pero de pronto se habían presentado los soldados, les habían quitado sus cosas y cuando buscaron hablar para entender sus procederes, les habían echado los caballos encima, había mujeres y niños entre los heridos. Esto me desgarró el corazón, siempre los humildes eran la carne de cañón para que los poderosos hicieran de las suyas. Traté de serenar mi espíritu pues ahora estaba en el corazón mismo del conflicto y en medio de aquellos que lo estaban generando; mientras hacía los vendajes y atendía a los más lastimados, buscaba alguna forma de acercarme a los que dirigían el conflicto desde la oscuridad.
Cuando terminé mis labores, pregunté al soldado que vigilaba la suerte que correrían estas personas, si las iban a dejar salir o estaban prisioneras. Como me contestó que eran prisioneros del ejército, solicité hablar con su superior, él me condujo hasta su capitán a quien le expliqué que algunos de ellos requerían de atención constante pues su estado era crítico, le solicité que me permitieran venir a verlos o si les fuera posible que me permitieran convertir a una de las celdas en un pequeño cuarto de curación.
El capitán se negó de principio, pero le convencí de que el beneficio sería para todos, porque de lo contrario pudieran gestarse enfermedades contagiosas y que sería muy fácil que después se contagiaran los mismos soldados. El Capitán no quiso tomar la decisión por él mismo y me pidió que aguardara pues iba a consultarlo con el general de su división.
Al poco rato fui llamado a comparecer ante el general de división. Era una persona bastante obesa, con evidencias notorias de problemas respiratorios, estaba fumando y su semblante reflejaba que estaba satisfecho de mi trabajo, me sonrió y me pidió que me sentara. Me explicó que durante la patrulla cotidiana que sus “muchachos” hacían por la ciudad, este grupo de rebeldes disfrazados de campesinos habían intentado atacar a los soldados, quienes habían tenido que repelerlos. Durante la refriega algunos soldados habían muerto, pero finalmente habían logrado apresar a los revoltosos.
Me dijo que tenía noticias de que se estaba gestando un pequeño ejército, pues uno de los rebeldes había confesado y que ahora mismo estaban llegando de todas partes de México pequeños grupos disfrazados de campesinos y comerciantes para hacer de Monterrey el lugar de donde partiera un gran movimiento de insurrección. Sus explicaciones eran interrumpidas por accesos de tos que evidenciaban su malestar asmático, yo vi la oportunidad de intervenir.
-General, algunos de estos campesinos están enfermos, no únicamente de las heridas sufridas en la batalla, son también presas de desnutrición que los hacen campos fértiles para las infecciones más mortales que hay en este país. Yo no aconsejaría que se mantuvieran en condiciones descuidadas por mucho tiempo, sería peligroso que tuviéramos un brote epidémico entre los prisioneros que después se pudiera extender a sus soldados. Le sugiero que improvisemos un pequeño hospital dentro del cuartel para atender a todos los enfermos y de esta manera podremos contener cualquier brote que surja de manera inmediata. -Al general no pareció gustarle la idea.
-Mire doctor, no pienso tener aquí a los rebeldes, ellos no merecen mucha atención de parte nuestra, son traidores de México. ¿Usted cree que valga la pena mantenerlos con vida, para que después vuelvan a hacer de las suyas?, no creo que sea una buena idea. Usted no los conoce, ellos son el tipo de gente que en la primera oportunidad le clavan un puñal por la espalda, están llenos de odio. No doctor, usted vuelva a su consultorio, le agradecemos que nos haya venido a asistir con este problemita pero creo que ha sido suficiente.
Escuchar al general hizo que me diera un vuelco el corazón, si antes iba a mantener a los presos en su cuartel, ahora tal vez pensaba matarlos y todo gracias a mí. Intenté una maniobra desesperada.
-A propósito General, esa asma que tiene, ¿Se la está atendiendo? Conozco algunas hierbas que le harían mucho bien si las aspirara cuando las pone a hervir en agua, además creo que debe dejar de fumar. -Este comentario, tomó por sorpresa al General.
-Doctor, yo se que tengo un pequeño problema, pero hasta ahora he vivido bien, no se preocupe por mí.
-En mi tierra existe una hierba que he venido buscando aquí en México sin hallarla todavía, pero guardo algunas porciones en mi consultorio. Le recomiendo fuertemente que me permita traérselas para indicarle algo que seguramente le va a hacer mucho bien.
-Está bien doctor,... ¿Miguel?, ¿es ese su nombre verdad?
-Así es general.
-¿De dónde es usted?
-De Inglaterra.
-¿Y qué anda haciendo por acá?
-Es una larga historia que empezó hace más de veinte años, señor.
-Bueno, creo que algún día me la contará. Está bien, vamos a poner ese consultorio aquí en el cuartel como usted dice, y tal vez pueda hacer algo por mí y por algunos de mis soldados que también están enfermos de cosas raras. Creo que a mis colegas del centro los va a impresionar ver que hasta hospital militar tenemos en este cuartelucho, como lo llaman ellos.
Respiré tranquilo tan pronto salí de su oficina, muy pronto estaba ya instalando un pequeño consultorio dentro del cuartel.
El hecho de que me hubieran permitido tener el consultorio en el cuartel había sido un golpe de suerte, más basado por la enfermedad del general que por el interés que tenían en la salud de los campesinos que mantenían prisioneros. A los pocos días me enteré que realmente el general estaba preocupado por la evolución de su asma, pues se sentía que estaba empeorando, ese era la verdadera razón que buscaba al tenerme cerca.
Las hierbas que yo tenía en mi poder y que le empecé a suministrar resultaron benéficas para control de la tos y para aclarar un poco sus vías respiratorias, sin embargo, yo no disponía de mucha cantidad y muy pronto se me estaba terminando toda la que disponía. En mis pláticas con los campesinos a los que también atendía, algunos de ellos eran conocedores de las plantas de la región y me informaron que en ciertos lugares de la sierra al sur de Monterrey se daban esas plantas y que podría recoger cuantas quisiera. Eso me dio una idea y pronto estuve negociando con el general la oportunidad para liberar a los niños y las mujeres con el pretexto de que me llevarían a donde estaban esas hierbas que le curarían su asma.
El general, mientras tanto, no dejaba de gestionar la petición de que le enviaran refuerzos para la revuelta que se estaba dando aquí en el norte. El plan avanzaba y no había manera de que yo ganara algo de influencia que me permitiera hacer algo para detenerlo.
Tal como me lo informaron los campesinos, las hierbas estaban disponibles y pude abastecerme de una gran cantidad de ellas. Cuando regresé con mi carga al cuartel después de dos días de excursión por la sierra, encontré que los refuerzos ya estaban llegando. El general no quiso atenderme, pues estaba reunido con los nuevos capitanes que le habían asignado. Un mundo de almas acababa de llegar y los nuevos hombres parecían todo menos soldados disciplinados, venían con una actitud de prepotencia y altanería que se manifestaban en todo momento. Consideraban ser un regimiento demasiado superior en preparación y tácticas de guerra que los “rancheros del norte”. Ellos sí habían tenido experiencia en el campo de batalla y ahora habían sido llamados para “ayudar a los inútiles del norte en su guerra contra unos campesinos”.
Esto tensionó mucho la vida dentro del cuartel. Hubo necesidad de despejar algunas de las celdas donde había instalado mi clínica para que sirvieran de dormitorios para los recién llegados a quienes no les gustó nada la situación, pues se creían con derechos para exigir más comodidades. A mis enfermos los hacinaron en la celda más grande y la situación se volvió bastante peor cuando nos dimos cuenta de que había el riesgo de que mandaran a los prisioneros a un campo externo al cuartel con tal de usar todo el espacio disponible, esto pudiera significar que ese cuarto externo fuera la excusa para matarlos a todos.
Yo solicité hablar con el general quien me informó que él tenía que tomar una decisión pronto y que probablemente a los prisioneros se les fuera a hacer una ejecución sumaria para poder resguardar a las fuerzas militares, ya que esas eran las prioridades; pero le informé que siendo así las cosas ya no habría necesidad de mis servicios por lo que estaba pensando en migrar para el sur donde mis servicios fueran más necesarios.
Esto hizo que el general recapacitara, aunque primero intentó convencerme que los soldados también requerían de atención médica y que mi hospital y mis servicios eran sumamente necesarios dentro del cuartel.
Buscando seguir el juego del general, recordé que uno de los campesinos había muerto el día anterior a causa de las heridas, por lo que lancé la hipótesis de que tal vez el único revoltoso era el difunto y que al resto de ellos, que serían alrededor de quince no les interesaba otra cosa que vender sus mercancías en la plaza, que si él así lo sugería yo podría hacerme cargo de ellos para un trabajo que tenía pendiente en el sur del estado; le aseguré que ya no los vería por aquí porque los enviaría con uno de mis médicos que estaba construyendo un hospital en los límites de Nuevo León y San Luis Potosí.
El General me miró con desconfianza., -¿Qué interés tiene en esa gente?
-Ellos son personas que me están agradecidas y yo necesito personas que sepan un poco de construcción porque en donde se está construyendo el hospital no he podido encontrar a nadie, todos se encuentran en este momento ocupados en el corte del maíz o en la zafra, los lugareños emigran cada temporada en estas fechas y mis trabajos para el gobernador se han quedado suspendidos desde hace varias semanas.
-¿Está usted seguro de que no los veremos por aquí de nuevo?
-Le digo, que ellos me están agradecidos. No regresarán, lo único que quieren es que los deje ir para estar con sus familias. Yo les voy a ofrecer que sus familias cambien de residencia al sur, allá van a estar mejor que en las tierras pobres que tienen actualmente donde no hay agua ni para las gallinas que tienen.
-¿Y después ya no lo tendremos a Ud. por aquí?
-Sí, he pensado que al gobernador no le molestará que instale una pequeña clínica cerca del cuartel para atender a todo su personal.
-Me gustaría que esa clínica estuviera dentro de la jurisdicción del cuartel.
-Bueno, recuerde que yo aún trabajo para el estado, mi estancia aquí obedecía más que nada al hecho de que tenía prisioneros enfermos.
-Mire Miguel. –el general adoptó un tono de voz un poco más de confianza- se avecinan cosas que no puedo contarle, que realmente van a hacer necesaria su intervención aquí; por qué no tiene un poco de paciencia y se espera para ver qué sucede. Posponga un poco sus decisiones y hable con el gobernador acerca de su clínica, sólo le pido que la instale dentro del cuartel, yo me las arreglo con él.
Así quedamos, y por mi parte aún no tenía manera de influir en ninguna forma con el destino de los soldados y lo que estaba punto de suceder.
La cercanía con el cuartel me permitió darme cuenta que dentro del plan que tenían estas personas había otros problemas que se avecinaban. En sus deseos de que todo saliera bien, habían olvidado algo: los campesinos lejos de que se hubieran encendido y buscaran una venganza o manifestaran su descontento, habían optado por ausentarse del mercado, lo que hacía poco convincente para el general el hecho de que se estuviera gestando alguna rebelión. No había actos de provocación, no había asaltos ni tampoco nada que justificara ante los ojos de los demás la llegada de tantas nuevas tropas al cuartel.
Uno de los nuevos capitanes no estaba enterado de las intenciones del general y era el que más se oponía a que sus soldados estuvieran pasando penalidades sin existir aparentemente una razón.
El resto de los capitanes ya estaban al tanto de los planes y todos habían manifestado estar de acuerdo, pero en las pláticas que habían tenido con cada uno de ellos por separado, varios de ellos estuvieron de acuerdo que el capitán González difícilmente iba a aceptar participar en algún acto que se considerara traidor en contra del gobierno del general Díaz, y la razón era muy sencilla, el capitán tenía varios hermanos en otros regimientos y todos ellos eran muy cercanos al presidente a quien le debían varios favores.
Yo me había enterado de esto por pláticas con un soldado de la confianza del general, quién funcionaba como secretario personal de él y que estaba al tanto de todo el plan. A este muchacho yo le había sanado un hermano que se encontraba muy enfermo de cólera y a quién ya daban por muerto. En agradecimiento me confesó que se avecinaban tiempos difíciles y que él personalmente no estaba de acuerdo en lo que el general del cuartel estaba tramando, por esa razón le confié que yo buscaría hacer algo para evitar que se dieran los planes sin que nadie saliera afectado.
Nuestra única opción era notificarle al capitán González del plan y ver si él podía disponer de algo que pudiera resolver el conflicto.
Cada uno de los regimientos salían a dar patrullas por los alrededores y hasta la fecha no se había encontrado ningún rastro de amenazas. Ya habían pasado dos semanas de la llegada de los refuerzos y todo lo que habían visto eran sólo buenas personas que no parecían ser los amenazadores campesinos que querían destruir el régimen de México. Nosotros habíamos arreglado tener una plática con el capitán González buscando jugarnos la última carta, pues al parecer todo lo que esperaban era una cierta noticia del centro del país para desencadenar una ofensiva mayor y tomar las capitales de los estados de Nuevo León y Tamaulipas, y desde aquí iniciar un movimiento de separación del gobierno.
UN día antes de que tuviéramos la reunión con el capitán González, una noticia cayó como bomba en el cuartel. Durante una excursión en los alrededores de Monterrey, había sido emboscado el regimiento del capitán González y se habían tenido varias bajas, entre ellas al parecer el mismo capitán había resultado herido de muerte.
Los heridos llegaron a mi hospital y en verdad no habían podido ver nada, de pronto habían escuchado disparos que provenían de la sima de una montaña en donde unos campesinos estaban disparando con muy buena puntería, el primero en caer había sido el capitán, pues al parecer él había sido el blanco, después escucharon otros disparos y algunos más cayeron. Alguien más provocó un alud de piedras que puso en desbandada a los pocos soldados que iban y el tiempo que tardaron en organizarse fue suficiente para que los agresores huyeran. Pero ya no quedaban dudas, se estaba gestando una rebelión en el norte de México.
Yo estaba atendiendo al capitán quien había recibido una herida en el ojo y estaba sangrando mucho, varios lo habían creído muerto, pero la verdad es que estaba inconsciente. En el momento que recuperó el conocimiento me gritó, ¡traición! ¡traición!, y trató de incorporarse, algunos soldados lo escucharon pero pensaron que estaba delirando, pedí que me dejaran a solas con él y que se retiraran.
Cuando ya se dio cuenta de que estaba en una cama de hospital siendo atendido, me contó que quienes lo habían atacado eran soldados del propio regimiento del cuartel, que él los había reconocido. Con mucha calma le pedí que mantuviera silencio pues su vida corría peligro si no se mantenía callado, le expliqué todo el plan y no me creyó, por lo que tuve que pedir al soldado de confianza del general que viniera y explicara todo al capitán.
Entre los tres urdimos un plan, él pediría su retiro del campo de batalla, pues la herida que tenía en la cabeza le impedía seguir con sus funciones, y tan pronto estuviera en México hablaría de ello con sus hermanos, ya que entre todos podrían saber qué hacer.
Alonso

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