El Arte de Vivir 41 (Novela)
Una tarde, mientras estaba tratando de escribir una carta a mis familiares en Inglaterra, un hombre muy alto entró por la puerta del frente y sin saludar a los que estaban presentes se dirigió hasta mí que me encontraba en el cuarto que me habían asignado y cuya puerta quedaba en línea con la del frente; penetró en el cuarto de una manera por demás directa y sin mayores protocolos. Los niños de Martín quienes estaban hablando animadamente segundos antes, callaron, y ni María ni Martín que estaban en la sala platicando se inmutaron, casi puedo afirmar que no lo vieron.
Cuando llegó hasta mí, me di cuenta que era la misma figura que yo había soñado o visto en mi meditación la noche anterior a mi encuentro con Martín, aquél que me había anunciado la decisión de Papa Mayo de que tenía que venir a encontrarlo en Querétaro.
Me dijo, sin saludarme, que Papa Mayo decía que ya era el tiempo para que la misión comenzara, me entregó un papel y desapareció como vino; se fue por la puerta de la misma silenciosa forma como había entrado, ni Martín ni María voltearon a verlo; los niños lo siguieron con la mirada pero no hicieron ningún comentario, tal parecía que para ellos esas cosas fueran muy normales.
Cuando miré el papel que me había dado, observé que tenía unas líneas grabadas en inglés, eso me extrañó sobremanera. Decía: “Miguel, ya has cruzado el umbral de la misión que te separa de la tercera prueba, de hecho estás ya experimentado la tercera prueba. Tienes que ayudar a los niños de Martín, ellos necesitan de ti la fuerza y el valor que tú has acumulado, ellos están a punto de pasar por una Iniciación de Valor y tú has sido designado por Dios para ayudarlos a pasarla. Para ellos representa la oportunidad de escogerse entre aquellos que tienen el derecho de penetrar en los cielos del espíritu; para ti representa el derecho de poder regresar al monasterio. ¿Recuerdas cómo llegaste hasta aquí? Martín y Pedro te trajeron; ahora tú tendrás que llegar hasta aquí con los dos niños, pero ellos tendrán que pasar algunas pruebas para que puedan lograrlo. Tú serás su guía, si llegan, todo terminará felizmente; si no llegan, tanto ellos como tú tendrán que esperar a otra mejor oportunidad para seguir el camino que ahora se abre a sus ojos.
Yo me quedé impactado por lo que decía el papel, de hecho tenía muchas preguntas en la mente y no sabía que hacer; me paré tan pronto pude recuperar la calma y le pedí a Martín hablar con él a solas por un momento.
Platicando con Martín acerca de sus hijos, él me comentó que ya se lo esperaba y que le daba mucho gusto. Me contó una historia de cuando él y su esposa estaban a punto de casarse: un anciano sacerdote franciscano les dijo que su vida matrimonial iba a tener una serie de eventos que la harían diferente.
-Nos comentó que estábamos llamados a hacer algo grande, a prestar un servicio muy especial a Dios. Cuando le pedimos que nos dijera qué servicio, él nos comentó que Dios quería que trajéramos a dos de sus hijos predilectos al mundo y que ellos estaban llamados a cumplir con una gran misión en la Tierra. Nos anunció que llegado un cierto momento, Dios los reclamaría para su servicio y que nosotros no debíamos interrumpir sus caminos, pues para eso llegaban a la Tierra. Pero también nos dijo que no los perderíamos, que tan solo iba a ser una separación temporal.
-Desde entonces mi esposa y yo siempre hemos estado haciendo mucha oración para no permitir que nuestras decisiones desvíen a nuestros hijos del camino que tiene Dios para ellos. Sí, nos llena de angustia saber que ellos van a estar separados de nosotros, pero ¿quiénes somos nosotros para juzgar las decisiones de Dios?. Además ellos desde que nacieron pareciera que hablan con los ángeles en todo momento, mencionan frecuentemente que el tiempo se acerca; y están más preparados que nosotros para este momento”.
Cuando estábamos platicando, María, su esposa, se acercó con cara preocupada, sus ojos negros eran muy expresivos y denotaban preocupación. Sólo preguntó: ¿ya es la hora?
Martín la tomó del brazo y la hizo sentar junto a nosotros.
-Sí María, Miguel me está contando que acaba de ser visitado por un enviado del monasterio y le anunció que tiene que partir con los niños.
María se llevó el rebozo a los ojos y dejó escapar una exclamación de sorpresa.
-¿Qué le dijeron Sr. Miguel?
-Que ellos tenían que partir conmigo hacia el monasterio y que teníamos que pasar algunas pruebas de valor para llegar.
-Pero no te preocupes, -dijo Martín-, Miguel es la mejor persona con la que ellos pueden contar para ser asistidos en su viaje. No te preocupes mujer.
María ya no habló, tan sólo se abrazó de Martín y se puso a llorar en silencio.
-No sé cuando tengamos que partir, yo esperaré a que estemos todos mejor preparados. Eso les dará tiempo para pensar bien las cosas y prepararnos lo mejor posible para que las cosas salgan bien.
-Tenemos que irnos pronto -dijo una voz desde la sala, eran los niños quienes habían estado escuchando todo desde atrás de la puerta- -hay ciertas cosas que en este momento son favorables y que si nos tardamos no podremos aprovecharlas.
-Acérquense, -les pidió Martín– ¿Qué tanto saben ustedes de esto que acaba de pasar?
-Nosotros ya sabíamos que el Sr. Miguel nos iba a ayudar a llegar a donde tenemos que ir, nos lo dijeron en un sueño.
-¿Y por qué no lo dijeron antes?
-Pues porque hay muchas cosas que nos piden que no digamos. Dice el ángel que cuando uno dice las cosas antes de lo que se debe, se generan muchas ideas equivocadas en las cabezas de las personas que no debían saberlo, y eso afecta las energías que deben mantenerse en armonía para que todo salga como Dios quiere.
-¿Qué más saben?
-Pues que el Sr. Miguel es una buena persona que nos va a ayudar, y que tenemos que ir a un lugar donde nos van a enseñar muchas cosas para que podamos cumplir un trabajo que Dios nos va a pedir que hagamos cuando tengamos más edad. –Es una escuela -agregó el más pequeño, Agustín.
-¿Tú también sabías todo esto Agustín?
-Sí papá.
-Agustín, es el que más habla con el ángel, yo nada más veo las cosas, pero Agustín es el que pregunta y me dice después todo lo que hablaron –comentó Ricardo, el mayor.
-¿Y ustedes quieren ir?
-No se trata de querer ir papá. Se trata de que Dios nos pidió que lo ayudáramos. No creo que debamos decir que no - respondió Ricardo.
-A nosotros nos gustaría quedarnos con ustedes, los queremos mucho, pero si Dios nos está pidiendo que lo ayudemos, nadie podemos negarnos, ustedes nos lo han dicho –agregó Agustín.
-Si tienes razón, Agustín. ¿Entonces cuándo dicen ustedes que deben partir? ¿y por qué dicen que hay ciertas cosas favorables que los obligan a irse ahorita?
-A mí me lo dijo el ángel anoche –respondió Agustín.
-¿Qué te dijo?
-Que mañana era el día y que teníamos que irnos de noche, porque era el mejor momento para las cosas que íbamos a hacer.
-¿De noche? –preguntó María asustada.
-Mami, no te preocupes, Diosito nos cuidará, no te preocupes.
La conversación se había vuelto demasiado familiar por lo que yo opté por retirarme y con la excusa de tener que hacer algunas cosas los dejé que hablaran a solas, como debía ser. Los eventos me habían impresionado mucho y la verdad tenía que poner en orden mis pensamientos.
Por mi parte sabía bien que las pruebas de Shamballa eran pruebas en toda la extensión de la palabra. No me podía confiar, y una cosa era tener que pasar una prueba yo solo donde el único afectado soy yo, y otra muy diferente es tener que llevar a un par de niños a pasar la prueba. También sabía lo inútil que es tratar de sentarme a pensar cómo iba a ser la prueba, la verdad es que hasta ahora los acontecimientos siempre me sorprendían por más que intentara intuirlos antes. Entonces, no me quedaba otra cosa que tranquilizarme y buscar entrar en mí mismo para poder tener un poco de fuerza interna y a la vez serenarme antes de la partida.
Armonicé mis respiraciones con las palpitaciones de mi corazón, y poco a poco estas pudieron tranquilizarse hasta el punto de que me sumergí en una profunda meditación en donde tuve claramente una visión: Observaba un bello paisaje campirano donde había personas cosechando maíz, las nubes estaban muy blancas y contrastaban con un cielo increíblemente azul; un arroyo corría alrededor del sembrado y las personas cantaban mientras trabajaban. La imagen se acercó y distinguí que entre ellos se encontraban los dos hijos de Martín y María, ellos eran los que guiaban a estas personas; se les veía como dos personas muy altas y de gran brillo interior. De pronto, una tormenta se acercó, y todos empezaron a correr a resguardarse bajo los árboles. Repentinamente, un rayo cayó sobre el árbol en el que se encontraban resguardadas varias personas, todas salieron disparadas y cayeron heridas, los dos hijos de Martín se abalanzan rápidamente y empezaron a ayudar a los heridos; con esfuerzos los subieron a una carreta y enfilaron hacia el pueblo para tratar que un doctor los ayudara.
La imagen cambió, y luego vi a los mismos dos muchachos ya ancianos y reunidos en torno a una familia, ellos estaban al centro y despidiéndose; los demás, al parecer sus hijos, estaban llorando, pero una gran entereza parece animarlos, es como si estuvieran anunciando algo que van a hacer. Ellos se pararon, les dieron un beso y abrazo a todos y después salieron afuera de una hacienda, subieron a una carreta y los vi perderse en el horizonte. Una voz me dijo que ellos van hacia el monasterio y que se estaban despidiendo de todos sus familiares. La imagen retornó a la casa de donde salieron y veo a uno de sus hijos mayores decirle a sus propios hijos, acaban de ver partir a sus abuelos, recuérdenlos siempre porque ellos eran dos ángeles que bajaron del cielo para ayudarnos a vivir mejor.
La visión se desvaneció y me di cuenta de que estos dos muchachos que iba a acompañar en su travesía estaban llamados a ser grandes guías de familia y proveedores de luz para toda una generación. Lo que había visto era el futuro de ellos.
Me di a la tarea de arreglar mis cosas y mientras lo hacía no dejaba de pensar en todos aquellos que había dejado atrás. ¿Por qué será que siempre que tengo que pasar por una prueba la nostalgia se apodera de mí?, ¿Estaré todavía temeroso de que el camino que he tomado en mi vida sea el correcto?, no se por qué pasa esto, pero lo que sí es cierto es que me encuentro algo nervioso, pues es la primera vez que voy a ser responsable de lo que pase a estos dos niños que me van a acompañar.
Poco después de la medianoche estuvimos listos para partir. Ricardo el mayor, se mostraba seguro y confiado, él era el que representaba la serenidad y la madurez del hijo mayor; Agustín el pequeño, sonreía y parecía que para él era una aventura más como salir a jugar al campo.
El hecho de que yo era doctor tranquilizaba un poco a María que pensaba en las picaduras de insectos y en los animales salvajes. Yo la tranquilicé diciendo que no nos desviaríamos de los caminos conocidos y que sólo por esta noche íbamos a viajar oscuro, que ya mañana íbamos a recorrer todo el resto del camino de día.
La otra gran preocupación eran los asaltantes, pero contra eso no tenía mucho que decir, pues a mí mismo me habían asaltado, así que sólo podíamos confiar en que Dios nos protegería.
Alonso

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