"El Arte de Vivir" 21 (Novela)
Fueron meses de intenso trabajo los que siguieron a la revelación de que pronto la vida me llamaría a otro trabajo. Era como si todo se juntara a partir de aquel momento, sentí como si fuera a graduarme de algo y que repentinamente tenía que prepararme para trabajar por mi cuenta.
En verdad no me sentía asustado, ni tampoco nervioso, era más bien una sensación de expectación. Con Philippe yo había aprendido que la vida de los que nos dedicamos a las cosas de la Luz, está llena de sorpresas agradables, y no existe nada que pueda quitarnos nuestra paz interior y contacto con la Naturaleza, a excepción de nosotros mismos.
Sin que yo le hubiera dicho nunca nada, dentro de mí se había desarrollado un intenso deseo de correr aventuras. Sería tal vez mi edad o mis ansias de conocimiento, pero soñaba en silencio con visitar otras tierras y buscar nuevas cosas para aprender.
Así pues, el día que me dijo que pronto nos separaríamos, por una parte me entristeció, pero por la otra entendí que tal vez lo que sentía era el anuncio de algo enteramente natural: La llamada del espíritu a algo diferente, a otra etapa del camino.
Pasó lo que tenía que pasar. Una noche de invierno, nos encontrábamos leyendo en casa, Philippe estaba ocupado con un tratado antiguo de plantas y yo me encontraba leyendo la poesía de los antiguos griegos que tanto me gustaba, cuando alguien tocó a la puerta.
Era una mujer, como de 45 años, pedía que la visitara un médico porque su marido estaba muy enfermo y no tenía a quien recurrir. Me ofrecí yo para asistirlo y salí con ella a donde la esperaba su carruaje, cuatro magníficos caballos tiraban del carro velozmente mientras la señora me explicaba, dentro de la cabina, los síntomas de su esposo.
-Tiene fiebre alta y delira mucho, no sé qué le pasó, estaba bien y de pronto cayó enfermo, grita como enloquecido que le traigan al “doctor de los ángeles”. Sus ojos, no los fija en nada y de pronto ve cosas que nadie ve, es muy extraño, hemos tenido que amarrarlo y no sabemos si eso será bueno para él, pero temíamos que se fuera a golpear él solo.
-Desde cuándo le sucede esto?
-Esta mañana empezó, él estaba bien, no había enfermado desde hace años y de pronto esto, ¿por qué cree usted que pase?
-No lo sé –respondí- tengo primero que examinarlo.
Por dentro pensé que hubiera sido mejor que Philippe viniera, pues algo me decía que lo que la señora me estaba revelando tenía más que ver con un problema de la mente que con algo físico, pero recordé que la vida nos pone en aquellas situaciones donde realmente podemos ayudar sin importar lo que pensemos.
Cuando llegamos, no pude menos que admirar la magnífica mansión a donde estábamos entrando, dos sirvientes nos recibieron y otros más estaban ya en la puerta esperándonos con caras evidentemente angustiadas.
-¿Cómo está? –preguntó la señora.
-Sigue igual Madame, no ha cambiado nada, sigue pidiendo que venga el doctor de los ángeles.
Subimos por la escalinata que estaba bellamente ornamentada con pinturas y jarrones de origen desconocido para mí y llegamos a las recámaras de arriba.
Al llegar al cuarto noté algo extraño, había un olor sutil a azufre; busqué algo que estuvieran cocinando o que tuvieran en la estufa, pero no encontré nada. Me acerqué entonces a la cama del enfermo. Sus ojos estaban desorbitados, pero sin mirarme siquiera gritó con una voz gruesa e impresionante: “Te esperaba”.
Todos se sorprendieron al igual que yo. Lo que tenía enfrente era lo que Philippe me explicó como una posesión, los síntomas eran muy claros. Yo mismo había ayudado a Philippe en más de una ocasión a sacar espíritus ajenos de otras personas, y en verdad siempre era una tarea que impresionaba por lo espectacular de los síntomas que presentaba el enfermo.
El procedimiento lo conocía bien, así que pedí una tina de agua bien fría, además de varias toallas y saqué de mi maletín un poco de incienso y hierbas aromáticas que siempre traía para toda ocasión.
Mientras tanto el enfermo seguía hablando, y aunque uno de los requisitos de las prácticas era nunca hacer caso a lo que diga el paciente no pude ignorar lo que le escuché decir: “Nosotros tenemos a Bernardette, y ni tú ni nadie podrán hacer algo para salvarla”.
Philippe me había dicho en repetidas ocasiones que los espíritus, en el caso de una posesión real, son capaces de leer nuestros más íntimos pensamientos, así que aunque me estremecí no pude ignorarlo. Ya me veía corriendo con Philippe a platicarle todo lo que había pasado y esperar a que me dijera que eso no era cierto.
Preparé las plantas de aroma y prendí el incienso, tomé el balde de agua fría y lanzando un grito tan fuerte como pude, le aventé el agua sorprendiéndolo y le hablé por su nombre al tiempo que le tomaba de las manos y lo miraba a los ojos.
Lo hice reaccionar, y cuando vi que sus ojos habían vuelto a la normalidad, sus pupilas se contraían, y empezaba a buscarme a mí y a su familia, lo arropé y no dejé de hablarle. Poco a poco le bajamos la fiebre y a través de masajes con aceites aromáticos lo hice volver a la calma.
Cuando vi que todo estaba normal, le prometí a la señora que regresaría al día siguiente a verlo y le di indicaciones de lo que debía hacer en caso de que se presentara algo parecido. Sus sirvientes me regresaron a la casa y de nueva cuenta estaba en la cama sin poder dormir pensando en Bernardette. Al día siguiente decidí escribirle, aunque no sin antes platicar con Philippe al respecto.
Philippe me dijo que tuviera mucho cuidado porque cuando uno ya está avisado de que algo va a ocurrir, cualquier cosa debe ser tomada como parte del aviso. Más aún, siendo trabajador de la luz nada puede ser tomado como accidental. Me recordó que en nuestro camino las fuerzas de la vida se encargan de acomodar todo lo que sea necesario a fin de que podamos cumplir con el cometido que nos tienen designado, no importa que esto pueda parecernos aberrante, tenebroso o simplemente demasiado trivial, lo que importa es el momento cuando ocurren las cosas, saber si hay algo de sincronía entre lo que se avisó que pasaría y lo que está ocurriendo.
Él ya me había hablado de que para que pudiera saber si había algo especial en qué fijarme cuando ocurrían cosas significativas tenía que observar varias cosas:
Si había habido algún anuncio de que algo extraño o diferente pasaría.
Si habían ocurrido 3 cosas que de alguna manera tuvieran sintonía, es decir que revelaran un mismo origen o tuvieran el mismo significado, o condujeran al mismo punto simbólicamente hablando.
Si el momento era especialmente importante para mi preparación o para la misión que estuviera desempeñando en ese momento.
Que coincidiera con alguna fecha cósmica importante o con algún aniversario de alguna ceremonia o exaltación religiosa.
En resumen, debía buscar si lo que había pasado tenía que ver con algo que me estuviera pasando en esos momentos, si había lo que él llamó sincronía de eventos. Eso –decía él- es el resultado del hecho de que nosotros somos agentes modificadores de las fuerzas de la naturaleza, somos empleados de Dios trabajando para que se den en la Tierra los actos que su voluntad ha deparado para este momento.
-Cuando pasa esto, estás viendo los efectos de lo que nosotros hacemos en la vida, nosotros somos las causas. No importa tanto la forma externa en que se haya manifestado el suceso, sino la importancia y el momento en que lo hizo.
-Pero Philippe, ¿qué tiene que ver Bernardette en todo esto?
-No lo sé, pudiera no tener nada que ver o pudiera tener que ver mucho, eso no lo puedo saber, tendrás que investigarlo tú.
Dos días después me tocó ir a visitar de nueva cuenta al enfermo y ahí me informó que él se dedicaba a viajar y que recién acababa de regresar del que había sido su más largo viaje, había llegado de América donde había encontrado un magnífico negocio de maderas preciosas.
Mi paciente era un comerciante muy importante que había llegado veinte años atrás a esa pequeña ciudad a establecerse y con la firme intención de hacer de ella su base de operaciones. Había conocido a su esposa y habían formado un hogar estable con tres hermosas hijas que eran la luz de su casa.
En su último viaje, sus negocios lo habían llevado a una apartada región de la selva de México y había tenido tratos con unos indígenas que se dedicaban a la explotación de árboles de maderas preciosas. Ellos tenían un amigo que había resultado misterioso, pues se dedicaba a algo así como a la adivinación o curación con ritos mágicos y se había disgustado con él. El hecho hubiera resultado trivial, pero tuvo dos noches sueños en que lo veía danzar en forma extraña y pronunciar palabras que no podía entender. El resto del viaje de regreso lo había pasado sin mayores dificultades, hasta ese día en que cayó enfermo.
Como después de aquella noche el paciente no volvió a tener recaídas, me ofrecí a visitarlo tan sólo un mes después. Sobra decir que a partir de ese momento su familia me tenía en gran afecto y que constantemente recibía regalos y atenciones de su parte, aún cuando me encontrara lejos de su pueblo.
Semanas después recibí finalmente la respuesta de Bernardette. Lo que me escribió me llenó de espanto.
La carta estaba fechada de hacía más de diez días y en ella me anunciaba que su vida había cambiado radicalmente pues por extrañas coincidencias que no podía relatarme, a su padre lo habían reclutado como parte de una tripulación de colonos que debían viajar a América a formar una nueva villa, dependiendo de la corona de la Reina, en algún lugar al sur de México. Me decía que para cuando yo tuviera esta carta en mis manos, seguramente ella ya estaría rumbo a Centroamérica.
Yo tomé en ese instante una determinación, tendría que viajar a México. El destino me llamaba y no podía ignorar lo que con tanta evidencia se me había presentado. Pensé en mi paciente y me decidí a pedirle ayuda para poder llegar a América, cuando le pregunté a mi ilustre paciente si él podía ayudarme a viajar, me contestó que estaba a punto de partir de nuevo en escasos tres días rumbo a México, justamente a la región donde se había topado con ese brujo misterioso; eso terminó por desaparecer la más mínima duda de lo que estaba por hacer.
Así que todo estaba decidido y mi vida empezaba a tomar un rumbo totalmente nuevo para mí. Avisé a mi familia, me despedí de Philippe, quién me dijo que seguramente nos volveríamos a ver, y pronto, más pronto de lo que podía haber pensado, estaba sobre el barco mirando hacia el horizonte y pensando en Bernardette.
Alonso
Reflexiones desde lo interno

<< Home