Reflexiones desde lo interno

Un espacio de reflexión sobre el mundo y la sociedad que todos formamos. Un espacio de crecimiento y aprendizaje. Un lugar donde podemos mirar desde otra perspectiva lo que a todos nos afecta. Un lugar para pensar en lo que trasciende.

Nombre: Alonso
Ubicación: Monterrey, Nuevo León, Mexico

Soy físico de profesión, aunque trabajo como consultor de empresas en el área de calidad. En este blog ustedes podrán encontrar cuentos, reflexiones, una novela (El Arte de Vivir) que escribí hace tiempo y que hasta ahora no se ha publicado así como las narraciones de Maite, una gran escritora que con sus palabras nos enseña a ver con el corazón. Mucho agradecería que tomen un tiempo para hacernos llegar sus comentarios a: alonsogzz33@hotmail.com Si desean contribuir con algún comentario o reflexión sólo mándenlo y nosotros con gusto lo incluiremos.

sábado, noviembre 04, 2006

El Arte de Vivir 27 (Novela)

LOS PRIMEROS AÑOS EN MEXICO


Decidí establecerme en México. Por esa época se estaba dando una guerra de conciencia entre dos tipos de sociedades muy diferentes. México era un país muy especial con una historia rica y llena de tradiciones iniciáticas y con un futuro que fácilmente se veía prometedor. La riqueza de los mexicanos no estaba en sus posesiones materiales, sino más bien en el espíritu que como raza tenían. Ellos eran hijos de los antiguos atlantes, que huyendo del continente que se estaba colapsando en lo que ahora se conoce como el Golfo de México, se habían internado en una porción del México Central antes de seguir su viaje hacia el sur y terminar en lo que ahora conocemos como Perú.

Según me enteré estudiando, entre los pueblos indígenas de las afueras de México existía una tradición que los mexicanos venían esperando desde hacía más de quince siglos: El regreso de Quetzalcóatl, antiguo Dios de la sabiduría. Ellos sabían que Quetzalcóatl había anunciado su regreso y que cuando los españoles llegaron a reclamar el nuevo mundo por la fuerza, ellos los confundieron con los enviados de Quetzalcóatl y los antiguos mexicanos murieron sin poder entender por qué su dios les daba la espalda. Muy tarde se habían dado cuenta de que no eran los enviados del sabio dios, sino más bien sus enemigos que venían a tomar posesión de su tierra en las vísperas de la llegada del Dios de ellos.

Me dijeron los mexicanos que su Dios vendría seguramente, pero que su llegada sería inequívoca porque vendría precedida de grandes anuncios, entre ellos el despertar de la “mujer dormida”, se referían a la montaña que rodeaba al Valle del Anáhuac, al volcán Ixtaccíhuatl.

Me enteré que ellos eran en verdad muy sabios, pues sus tradiciones estaban al resguardo de cualquier tergiversación, estaban escritas, no eran únicamente tradiciones orales como la mayoría de las antiguas tradiciones indígenas, sino que más bien estaban protegidas del tiempo a través de tres mecanismos: La tradición escrita, antiguos escritos que sólo eran revelados a los que mostraban merecerlo; segundo, a los Iniciados, es decir a aquellos que perteneciendo a la tradición, lograban ascender dentro de la escala de valor que la organización reconocía; y tercero, los escritos que estaban escondidos en lugares conocidos sólo por ellos.

Fue sorprendente que me enterara que las tradiciones eran enseñanzas muy ocultas que se revelaban por medio de una selección por demás segura. Todos sus integrantes eran personas con dobles vidas, por un lado eran nobles o vasallos, destacados personajes de la política o humildes sirvientes de los templos, todos ellos estaban viviendo dentro de las familias importantes de la sociedad del México antiguo y eran coordinados en sus actividades por el brujo supremo o Papa Mayo.

El Papa Mayo era un indio muy viejo que vivía en las afueras de la ciudad, pero sabía perfectamente todo lo que pasaba dentro de ella, no hablaba español, o eso parecía y su casa era una choza humilde donde no podía ser encontrado nada de interés; aunque yo sabía que era un alto dignatario del Círculo Interno.

Todo esto lo fui aprendiendo a medida que me iba adentrando en la sociedad mexicana y me volvía un médico respetado y lleno de influencias. Todo esto ocurrió en los siguientes cuatro años de mi estancia en México. Yo vivía en una casa localizada muy en el centro de la gran capital mexicana y empezaba a ser invitado a las festividades de la época. Llegué a ser reconocido de manera especial por el presidente de México cuando tuve oportunidad de curarle una de sus hijas pequeñas, desde entonces me hice amigo de muchas de las personalidades de la élite mexicana.

El México que viví fue un México ávido de sabiduría, que le pedía al mundo una oportunidad de ser reconocido por el espíritu. Era un México formado por dos tipos de personas: por una parte, parecía que querían crecer al ritmo que lo hacían los antiguos países del mundo, los del viejo continente; y por la otra, un México que veía como iban muriendo sus tradiciones y se resistía a pensar que todo lo que su destino le deparaba era la transformación de la sociedad hacia una vida llena de superficialidades.

Papa Mayo sabía que esto era necesario, pues como se dice en las tradiciones sagradas, la sangre de los hombres no puede ser trascendida hacia otros planos de conciencia si antes no se mezcla para ser fundida en el crisol de la vida física.

Era de todos conocido que la sangre de América aún se mantenía pura y no se había enriquecido con la sangre de otras razas. Era pues menester que para que la humanidad pudiera vivir otra etapa más elevada de conciencia, que las razas se unieran y después ocurriera el proceso mágico que en la tradición iniciática se conoce como la Unión de los Mahachoanes, que quiere decir, la unión de dos tradiciones y dos auras.

No únicamente se unen en el plano físico dos pueblos, sino que al unirse estas culturas lo que aparece después es un mejor hombre, entrenado para comprender los dos pasados particulares de las dos razas que le precedieron y se da lugar a que ocurra una fusión de conciencias a niveles psíquicos que pone a disposición de los hijos de la nueva raza un cúmulo de conocimientos que a su vez son pasados a las nuevas generaciones.

Yo me había venido acercando a la sociedad mexicana en busca de ingresar en el Círculo Interno de los seres que dirigen los destinos del planeta y sabía que Papa Mayo era un alto dignatario. Tanta era mi aprensión por ponerme en contacto con él que muchas veces lo busqué en su casa, pero siempre aparecía una amable mujer que me decía que no se encontraba. Su choza era en verdad humilde y siempre se encontraba en el campo, a decir de la señora.

En una ocasión que intenté de nuevo acercarme, me abordaron unos indígenas que entre broma y broma me dieron a entender que a Papa Mayo no se le puede encontrar, pues es él el que lo encuentra a uno.

-¿Ustedes lo conocen? -pregunté al momento, pensando que podían ser también miembros del Círculo.

-No, nosotros también hemos venido a buscarlo y nos han dicho eso.

-¿Quién se los dijo?

-Las personas que viven con él. ¿No las viste?

-No, yo siempre me he encontrado con la anciana que le ayuda en las labores de la casa.

-Nosotros no hemos visto ninguna anciana. Bueno, en fin, que más da, Papa Mayo sabrá si algún día podremos verlo.

Yo busqué hacerme amigo de estas personas y ellas con mucho gusto me aceptaron. Los invité a mi casa que por aquel entonces correspondía a una construcción más bien acomodada y modestamente elegante. Mis invitados eran personas que provenían del norte y que habían oído hablar de que Papa Mayo era alguien que podía realizar una serie de trabajos difíciles que ellos necesitaban para sus tierras, eran de sangre indígena pero su cultura era elevada a pesar de que no se veía que fueran de familias importantes para la sociedad.

Luego de presentarnos, resultaron llamarse Pedro y Martín, dueños de unas tierras que habían sido infectadas con una plaga de insectos que no sabían como eliminarlos.

-¿Y tú por qué buscas a Papa Mayo? –me preguntaron.

-Bueno, también he oído que Papa Mayo es capaz de hacer muchas cosas y siendo médico me intereso por todo aquellos que pueda ayudarme a aprender más de la medicina.

-Yo sé que para encontrarlo se requiere varias cosas. Dijo Martín.

-¿Como qué?. Pregunté.

-Haber sido una persona que ayude a las personas, a la gente. Me dijeron que él no cobra por lo que hace y eso ha de ser cierto porque su casa es en verdad humilde a pesar de que ayuda a mucha gente.

-¿Cómo sabes que ayuda a mucha gente?

-Porque allá de donde nosotros venimos hay un muchacho que sí lo conoce y nos ha platicado que él es muy cerrado, no habla mucho, pero que basta que pronuncie una palabra para que lo que diga se cumpla.

-¿Qué más te ha platicado? -Seguí preguntando.

-El lo conoció cuando siendo niño lo mordió una serpiente y cuando ya estaba a punto de morir, el Papa Mayo lo encontró tirado y viendo ya a los muertos, se le acercó, lo tocó con su mano, dijo algo que no entendió y el muchacho se quedó dormido, cuando despertó estaba curado y lo llevó con él.

-Vivió dos años con el Papa Mayo, pero dice que sólo lo oyó hablar unas dos o tres veces y siempre para curar a alguien. Él es capaz de mover a las nubes para que llueva, él lo vio; y también es capaz de detener las lluvias. Es un brujo, esto lo dijo bajando la voz como para que nadie lo escuchara, por eso venimos aquí con él para que nos ayude, porque siendo una persona sabia y con gran corazón seguramente se prestará a ayudarnos.

Ellos se despidieron de mí y yo me quedé con la certeza de que Papa Mayo era en verdad quien yo creía que era, siendo cada vez más imperioso que yo lo encontrara. Aún así, no podría dejar de pensar en que la clave que me llevaría hasta su presencia era descifrar el manuscrito que alguna vez me habían dado los Franciscanos de la posada.

Tanto lo había leído y tanto había meditado en él, que lo tenía grabado en mi mente. Y el papel original lo tenía guardado en un marco para que no se maltratara, solía pensar que esa era la puerta de entrada que conducía a donde yo debía de ir.

Los números que ahí se mostraban eran números aparentemente sin un sentido, pero bien sabía que era la clave para algo que no había conseguido averiguar a pesar de tantos años de búsqueda.

Pasaron muchos meses y yo seguí frecuentando a estos dos mexicanos que llegaron a convertirse en buenos amigos míos. Me llevaron a conocer sus familias y supe que eran habitantes de las tierras del norte de México, familias humildes pero nobles en el más puro sentido del corazón, me mostraron a sus niños y llegué ocasionalmente a curarles alguna dolencia. Aunque tengo que reconocer que casi nunca se enfermaban y no parecían tener problemas graves, vivían tranquilos en medio de una sociedad que se convulsionaba por ideas políticas.

En una ocasión Martín me dijo: Esos números que tienes guardados y que no has interpretado ¿no tendrán que ver con los días que llevas aguardando a que Papa Mayo te encuentre?

-No lo sé, contesté, pero su pregunta estaba hecha con algo más que una sugerencia, así que esa noche volvía a mirar el cuadro y empecé a calcular lo que él me había sugerido.

Alonso

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